El único
logro conseguido por los sectores democráticos del país; mediante la
desmovilización popular y la abstención, ha sido desconectarse de la amplia mayoría
de la población que aspira el cambio de gobierno en Venezuela. En el sector
democrático se optó por ambas estrategias; bajo una falsa creencia de que así se
desmontaría al régimen de Maduro. En realidad, el abstencionismo sólo benefició
al bloque oficialista que obtuvo mayores espacios gubernamentales; además de
propiciar la progresiva invisibilidad de la oposición democrática.
La crisis
que atraviesa Venezuela requiere de una fuerza de cambio identificada de manera
plena con la defensa de los derechos sociales y los derechos políticos, que
padece a diario la amplia mayoría de su población y, eso no está ocurriendo
ahora mismo en nuestro país. De allí que, ante la ausencia de referentes democráticos
vitales y creíbles, la ciudadanía se sienta huérfana y frustrada ante un
régimen que utiliza cualquier medio ajeno a la moral pública para mantenerse en
el poder. Se necesita una dirigencia opositora cercana a luchas populares y,
que trascienda las redes sociales.
Lo más
dramático; tanto para el país como para sus posibilidades de cambio, es el
deterioro político-organizativo que han venido sufriendo los componentes de la
alianza democrática. Ese deterioro ha debilitado -de manera notable-, la
capacidad de convocatoria de la MUD (y del Frente Amplio); pero por encima de
todo le ha quitado credibilidad a sus planteamientos. Si a esta situación se le
agrega el inusitado llamado a la no participación (abstención) en las
elecciones presidenciales del 20 de mayo, no es difícil imaginar que la
oposición tal como la conocimos hasta el año 2015; pudiera desaparecer de la
escena política del país.
En ese
contexto, los movimientos sociales, gremiales y comunitarios también han visto
muy mermada su capacidad de lucha. El movimiento estudiantil, por ejemplo,
otrora vanguardia de las manifestaciones democráticas está desaparecido casi
por completo. Igual ocurre con los gremios más combativos (el magisterio, el
periodístico) cuyos perfiles de denuncia y combate bajaron de manera notable.
Los sindicatos siguen atomizados y el movimiento vecinal ha venido siendo
desarticulado por la “estrategia comunal” del régimen. Quedan las ONG’s defensoras
de los DDHH que siguen su lucha, pero en términos generales el panorama del
tejido socio-democrático no es alentador. Y eso es muy negativo para el
restablecimiento de la democracia.
No cabe
duda que, la reclusión y/o inhabilitación de líderes trascendentes del sector
democrático del país ha sido determinante en la errática conducción de la
oposición política venezolana y de sus aliados sociales; así como también la
prevalencia de intereses más menudos sobre los verdaderos asuntos de interés
colectivo. Eso es cierto ¿Pero es posible reconstruir el tejido socio-político
del bloque democrático del país y ponerlo en sintonía con las precariedades de
la ciudadanía? La respuesta más que afirmativa es imperativa, impostergable y vital.
Porque Venezuela, esa Venezuela libre, esa Venezuela de la que todos
conversamos y en la que todos soñamos, ha comenzado a agonizar. ¿Dejamos de ser
invisibles?