Si la democracia y la libertad de expresión van indefectiblemente unidas. Los medios de comunicación social son los pilares de esa relación. De allí que, en Venezuela la muy comprometida defensa de la democracia haya encontrado en los medios un importante refugio. Y es que líderes y partidos políticos e incluso la mayoría de organizaciones de la sociedad civil –ante su propia debilidad-, han venido delegando en los medios de comunicación el ejercicio de su posición opositora frente al gobierno de turno.
Esta delegación nos indica la drástica caída y retroceso sufridos por los partidos políticos y otras formas asociativas civiles como canales de participación política y de participación ciudadana. Al revisar la historia reciente encontramos que los partidos políticos fueron borrados de la Constitución Bolivariana e incluso ya ni gozan de una representación formal en el Consejo Nacional Electoral. Pero además, el movimiento ciudadano también se ha replegado resistiéndose a aceptar las distintas modalidades de participación social impulsadas desde el Estado.
El refugio opositor en los medios también nos expresa la baja credibilidad que padece el liderazgo opositor en la Venezuela de hoy. Producto de lo anterior, pareciera que la oposición estuviera bajo la conducción de analistas, opinadores, y periodistas, y no de los dirigentes políticos. Y no se trata de censurar la opinión pública, sino de estimularla aún más con la reincorporación de sus voceros y operadores naturales.
Por otra parte, los medios de comunicación social son sólo eso: medios de comunicación social. Nada más. Los medios no son partidos, ni sindicatos, ni grupos vecinales organizados. Por supuesto, que desde ellos además de informar, se impulsan y debaten ideas y proyectos; se denuncian arbitrariedades oficiales y privadas; y se apoyan o atacan candidaturas políticas, sindicales o gremiales. Y otra cosa es que esas instituciones poseen sus propios intereses y aspiraciones como corporaciones privadas orientadas al lucro.
En tal sentido, la oposición al gobierno no debe limitarse a la dependencia mediática. Esto resultaría un error estratégico. Mucho más en las actuales condiciones en las que nuestra democracia se pierde. Y mucho más después de las tantas agresiones y represalias sufridas por los editores, periodistas y opinadores venezolanos. La pelea por la democracia va más allá de leer, escuchar o mirar una opinión o una noticia.
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