El próximo 14 de Abril se
realizarán en Venezuela las primeras elecciones después de la muerte del ex-presidente
Chávez (1955-2013), con lo cual comienza un nuevo ciclo en la historia política
del país, luego de trece años de una gestión gubernamental caracterizada por la
combinación de un “alto interés social” con “prácticas autoritarias”; que dio
como resultado una división maniquea y polarizada de la política venezolana, que
a ratos parece insalvable. En este contexto, y bajo una enorme presión se medirán
la revolución bolivariana ahora “conservadora”; y la oposición representando el
cambio democrático.
Siete candidatos participan en
los comicios venezolanos. Pero la atención del electorado se centra en sólo dos
de ellos: Henrique Capriles Radonsky, postulado por la plataforma de la Mesa de
Unidad Democrática (MUD), y Nicolás Maduro Moros, del oficialista Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y otros aliados menores. El resto de
candidatos: María Bolívar, Reina Sequera, Eusebio Méndez, Julio Mora y Fredy
Tabarquino participan en las elecciones ejerciendo su derecho ciudadano, pero sin
posibilidad alguna de victoria ni de obtener una votación considerable.
Nicolás Maduro, se presenta
como el heredero y sucesor del fallecido líder del proceso. El candidato
oficialista se ha amparado en la institucionalidad estatal: la administración
pública nacional, más 20 gobernaciones y unas 260 alcaldías en todo el país; y
la cúpula de los poderes públicos está identificada con los propósitos revolucionarios.
Además el candidato oficialista cuenta con un tejido socio-político (consejos
comunales, milicias paramilitares, salas de batalla social) construido durante
los últimos 13 años por el gobierno central y cuya acción movilizadora ha sido usada
de manera eficaz en anteriores procesos electorales.
La arquitectura del discurso y
del chavismo se basa tanto en la confrontación entre venezolanos (unos
revolucionarios y otros burgueses) y por
lo tanto, en la segregación política, como en el uso clientelista de los fondos
públicos. Así para el candidato oficialista mantener dividido y polarizado al
electorado será su principal estrategia. Por otra parte, al carecer del
liderazgo político y del carisma de su antecesor su posicionamiento electoral requiere
de la radicalización de su discurso para evitar la migración de su electorado
duro.
Henrique Capriles, aunque
ahora mucho más consolidado como líder nacional, vuelve al escenario electoral en
condiciones muy adversas. En efecto, el arranque de su campaña se realizó en
medio del luto por el deceso del ex-presidente Chávez, con escases de recursos
financieros, enfrentando a la maquinaria publicitaria del Estado venezolano,
con un país ampliamente divido; con unos factores democráticos con ánimo bajo; y,
para rematar con sólo diez días para hacer campaña. Sin embargo, el candidato
opositor logró convertir cada una de esas adversidades en incentivos para
construir un mensaje de fuerza e inclusión.
Henrique Capriles logró
alcanzar algunas metas organizativas y políticas trascendentes. Una de ellas,
fue consolidar alrededor de su liderazgo a toda la oposición democrática
venezolana otorgándole coherencia y reanimando su espíritu de lucha. Otra fue, la
renovación y ampliación de su equipo político-electoral mediante el equilibrio de
los factores partidistas, sociales y técnicos que integraron su comando. Por
último, y no menos importante, Capriles involucró a sus seguidores en la
campaña electoral por medio los comandos familiares, de esta forma, otorgó protagonismo
y pertenencia popular para el incentivo del voto y su defensa.
En estos días finales de la
campaña electoral hubo ciertas manifestaciones de violencia de parte del bloque
oficialista, producidas quizás por un nerviosismo ante una eventual derrota, o tal
vez originadas en la constante incitación a la confrontación social. Por otra
parte, la desconfianza en el Consejo Nacional Electoral (CNE) aún persiste; y nueve
ex-presidentes latinoamericanos se han pronunciado exigiendo la realización de
las elecciones en condiciones justas. Ahora en Venezuela, a pesar de su larga
tradición democrática (iniciada en 1958) se considera en situación riesgo el
ejercicio secreto del sufragio.
Con independencia de quien
resulte ganador la gobernabilidad del país no será fácil. La propuesta socialista
de Maduro, fundamentada en una visión hegemónica de la sociedad, tropezará con
los problemas acumulados tras 14 años de ineficiencia gubernamental. Mientras
que la apertura hacia el recambio democrático el país se encontrará con los
obstáculos que intentará contraponerle una revolución derrotada pero aún con domino
sobre ciertas instituciones clave. Frente a ambos escenarios el liderazgo de
Capriles será vital para el futuro del país.
Venezuela necesita
reencontrarse como una sola nación plural y diversa, unida bajo principios
democráticos, socialmente incluyentes y con soberanía plena. La opción de
Nicolás Maduro no ofrece ni le interesa ese rumbo, pero afortunadamente con Henrique
Capriles se ha consolidado una alternativa de cambio con ese camino.
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