No cabe duda que, la gestión
de gobierno del Presidente Hugo Chávez (1954-2013) dejará una huella trascendente
y, por lo tanto, histórica para el país. Líder político carismático logró establecer
vínculos emocionales con toda la población; bien fuera a su favor o en su
contra. Durante los últimos 14 años, Venezuela como nación, como sociedad
policlasista y aún plural, giró en torno a su liderazgo; ahora su ausencia en
la escena política nacional se dimensionará notablemente. A su partida, Chávez
nos deja un proyecto de país: el Socialismo del Siglo XXI” y también deja a una población dividida y
polarizada entre “escuálidos y oficialistas”. Paz a sus restos.
Desde su llegada al gobierno en
el año 1999, el Presidente Chávez se propuso impulsar un cambio estructural en
el país: con una nueva Constitución asentó las bases de una “democracia
participativa y protagónica” que luego derivaría hacia el socialismo, con la atención
a los sectores en situación de vulnerabilidad mediante programas asistenciales denominados
misiones, con la promoción de la organización popular bajo la figura de los
consejos comunales y otros mecanismos de participación, con el aumento de la
presencia de la actividad estatal en el área económica y, por último, con un
redimensionamiento de la política internacional venezolana.
Los resultados de la gestión
de gobierno de Chávez en cada uno de sus propósitos fueron variables y
discutibles. Al respecto, cabe destacar que su administración gubernamental se
desarrolló bajo una bonanza fiscal producto de los altos ingresos petroleros;
pero también fue afectada tanto por su baja capacidad operativa y por diversos
eventos políticos internos de los cuales merecen destacarse –en mi opinión- cuatro:
su breve separación del poder ejecutivo en el año 2002, en unos confusos
sucesos calificados por los sectores oficialistas de golpe de estado, su
victoria en el referendo revocatorio del año 2004, su derrota de la reforma
constitucional en 2007 dirigida a convertir a Venezuela en un estado socialista
y la victoria alcanzada en la enmienda constitucional en el año 2009, que
permitía la reelección indefinida.
La vida sigue y, ahora mucho
más que acaba de producirse un cambio fundamental: el liderazgo de la
revolución bolivariana ha cambiado de manos y eso, es una realidad inobjetable.
Maduro no es Chávez, ni puede pretender serlo. Que asuma “el testigo” y
continúe la carrera es otra cosa. Por lo tanto, los acentos, los énfasis y las
prioridades en el proyecto del “Socialismo del Siglo XXI” cambiarán en su
debido momento, de eso tampoco caben dudas. Entre otras cosas, Nicolás Maduro
no es un militar sino un civil que por el contrario proviene del movimiento
sindical, de la actividad parlamentaria y de la cancillería. Habrá diferencias.
Por otra parte, las
condiciones objetivas han cambiado en Venezuela. La economía se encuentra
maltrecha con un índice anualizado para esta fecha de un 22%; y una devaluación
monetaria de un 46% que sin lugar a dudas golpea la calidad de vida de los
venezolanos y, en especial de aquellos sectores más vulnerables. A lo anterior
se le suman problemas de escasez en la distribución de alimentos y artículos de
primera necesidad. La inseguridad ciudadana sigue imperando en la calles de las
ciudades y poblados del país. La calidad de los servicios públicos sigue siendo
deficitaria y una creciente ola de protestas sociales comienza a hacerse sentir
en todo el país.
En Venezuela, la correlación
de fuerzas político-electoral sigue siendo muy pareja. En realidad, lo más
inteligente sería que los principales líderes del gobierno y de la oposición
democrática se sentarán a dialogar, no para abandonar sus principios
ideológicos; pero sí para establecer ciertos acuerdos que viabilicen de “manera
tranquila” el desarrollo del próximo proceso electoral presidencial, a
realizarse muy pronto.
Para el nuevo gobierno en
ciernes –sea cual sea su signo ideológico- la agenda de los problemas a
resolver es considerable y, requeriría de un pacto de gobernabilidad incluyente
y corresponsable. De lo contrario, se corre el riesgo de caer en una crisis de largo
alcance. Venezuela necesita impulsar un proceso de reunificación. Nos
encontramos en una nación profundamente dividida; cuyas partes se miran con recelo
y ese legado en la nueva era post-Chávez que recién comienza, se debe superar.
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