El triunfo de Donald Trump significó
el deseo de cambio de los estadounidenses ya cansados de un gobierno valorado
como como incapaz. Quizás el tiempo del liderazgo mundial indiscutido de los
Estados Unidos de América ya pasó, y ahora lo indicado sea atender con eficacia
sus problemas domésticos como la emigración, la seguridad y la economía, por ejemplo.
Trump, o cualquier líder político,
siempre serán polémico pues escalar a la jefatura de gobierno de los Estados
con mayor desarrollo económico, poderío militar avance tecnológico no es
cualquier cosa. Sobre todo, considerando la trayectoria de los Estados Unidos
tanto en su evolución como nación libre, capitalista y democrática como su
incidencia en el ámbito de las relaciones internacionales.
Por supuesto, los tiempos han
cambiado, y las relaciones internacionales también. Ahora, China de presenta
como un serio rival de Estados Unidos para asumir el liderazgo político, acaso
ya no lo hizo en ciertas regiones del planeta como África. El BRICS es otra alternativa
multilateral (encabezada por India, China y Suráfrica) que pretende desplazar
al patrón dólar estadounidense de la hegemonía del mercado. Además, la
presunción de la Unión Europea de no ser afectada por las medidas que pudiera
adoptar Trump también forma del paquete internacional.
Es por ello que la atención del
nuevo gobierno de Trump deberá dedicar su énfasis a fortalecer la identidad de
los Estados Unidos y recuperar su potencialidad económica. Se trata de proteger
a América, y de relanzar a esa a esa nación lo cual parece absolutamente
razonable. Si el presidente Trump se aparta un poco el micrófono y se dedica y
focaliza sus capacidades gerenciales a impulsar su proyecto de gestión hará un
gran gobierno.
El tema de inmigración es un
aspecto trascendente para el país del norte. Y en realidad acoger diariamente a
miles de migrantes es una situación insostenible, tanto para el Estado receptor
como para la persona que intenta llegar al “sueño de una vida mejor”. Y aunque
suene duro y poco grato los recursos para atender los problemas públicos son
limitados y compiten entre sí. En otras palabras, los recursos públicos
dirigidos a atender la migración extranjera se restan a otros sectores de
actividad estatal. O si se quiere, los legítimos derechos humanos no son
gratuitos y tienen un coste presupuestario y financiero que alguien tiene
asumir.
La problemática de los emigrantes
es un tema internacional. Así como los Estados Unidos lo padecen a diario en la
Unión Europea ocurre igual. Una oleada humana necesita, urgida y en búsqueda de
mejores opciones para su vida se desplaza de África y cerco oriente hacia
Europa o también de los países suramericanos hacia los Estados Unidos. ¿Son las
deportaciones la política pública adecuada? ¿O mejor se ensaya con la transferencia
de inversiones hacia las naciones que generan migración? En todo caso, siempre
asoma en ambas alternativas de política, un coste político para el Estado
receptor que se encuentra en la indefectible obligación de defender a su pueblo
y su soberanía.
Creo que Donald Trump va a estar
bastante ocupado en atender la agenda de asuntos pendientes de los Estados Unidos; una agenda cuya atención es impostergable.