Con un oficialismo apuntalado en todos los ámbitos del Estado y una oposición atomizada y, con sus partidos políticos casi extinguidos ha comenzado este año 2006. Sin embargo, esto no quiere decir que el destino de Venezuela esté echado; por el contrario, todo parece indicar que se avecinan tiempos de gran movilización y debate.
El oficialismo logró agregar también ahora a la Asamblea Nacional, como parte de su capital político. También posee un nuevo proyecto ideológico denominado “socialismo del siglo XXI”, que se encuentra fuera de la Constitución Bolivariana. Por otra parte, el bloque revolucionario posee una consigna “conseguir diez millones de votos”, para su abanderado presidencial. Además las autodenominadas “fuerzas del cambio” no deberían tener ni problemas financieros ni restricciones institucionales en materia electoral.
El oficialismo sin embargo, posee sus lunares. Y es que siete años de gestión gubernamental pesan. Y pesan mucho más por la constante ineficacia demostrada para solucionar ciertos asuntos públicos, el burocratismo ha crecido; al igual que las denuncias por hechos de corrupción. La presión de una población que quiere resultados concretos es cada día mayor. También el discurso revolucionario y anti-imperialista se ha tornado fastidioso, repetitivo, ajeno a los dolores de la mayoría del país. Por otra parte, el modelo socialista cubano no termina de ser “asimilado” y, mucho menos las reiteradas e inexplicables donaciones de los ingresos petroleros a otras naciones.
La oposición –por su parte-, sigue distraída en su laberinto. Su problema básico es no reconocerse a sí misma como la enorme fuerza plural y democrática que aún es. A veces resulta lastimoso presenciar el enorme daño que se hacen sus propios dirigentes; mediante el insulto y la descalificación. ¿Es así cómo se pretende rescatar la democracia venezolana?
En la oposición se hace necesario revalorizar la política, el espíritu solidario y la autocrítica. De igual manera, los sectores democráticos deben comprender -en forma definitiva- que el único proyecto viable para el país, es aquel contenido en la Constitución de 1999; porque en Venezuela las luchas por las libertades democráticas (incluyendo el tema electoral), cobran cada día mayor vigencia y mayor urgencia. No comprender esa circunstancia es colocarse de espaldas a la realidad.
En materia candidatural pareciera dificultoso que la oposición presente un candidato único. Después de todo hay muchas aspiraciones y visiones antagónicas en juego. Por si fuera poco, los candidatos opositores deberán sobrevivir a la andanada de agresiones que seguramente lanzarán los analistas y opinadores de siempre.
En todo caso, es bueno recordar que el mejor candidato (a) será aquel que logre estar en sintonía con las aspiraciones de participación, de inclusión social y de prosperidad; que tenemos la mayoría de las y los venezolanos. Allí radicará su única posibilidad de éxito ante la opción oficialista.
En Venezuela, se está dando una batalla de enorme proporciones y de largo aliento. Un actor político se encuentra ubicado en toda la estructura del Estado y consciente de ello, pretende maximizar sus beneficios. El otro actor desde el seno de la sociedad no termina de asimilar el papel que debe cumplir, para convertirse en una alternativa de poder. Sin embargo, y aunque parezca paradójico, es en este último donde están cifradas las esperanzas para salvar la democracia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario