Una intensa batalla se libra en las comunidades venezolanas por los consejos comunales. Este enfrentamiento nos indica el creciente interés del sector más activo de la ciudadanía, en el futuro de entorno inmediato; así como de su calidad de vida. Y así mismo, la batalla refleja la diversidad de criterios e intereses de los actores participantes en la refriega. Veamos algunos casos.
Los partidos políticos de distinto signo, se baten entre sí y, hasta en alianza, en contra el movimiento vecinal independiente por capturar el mayor número de consejos comunales. También los vecinos aportan y desarrollan su propia batalla e incluso se sabotean entre sí iniciativas ciudadanas que muy probablemente pudieran afectar el liderazgo doméstico en alguna cuadra, avenida, urbanización o barrio.
Hay un sector militante que considera al consejo comunal como una herramienta ideológica para la construcción del socialismo del siglo XXI. Por lo tanto, para ese sector un consejo comunal será una especie de “centro de adoctrinamiento” sembrado en el corazón del pueblo. Hay otro sector militante, que pretende neutralizar la visión anterior a como de lugar, obstaculizando la organización de los consejos. Ambas posiciones por su extremismo menosprecian las posibilidades que brindan los consejos comunales como medios para mejorar la calidad de vida de las vecindades urbanas y rurales. Además, ambas posiciones trasladan al campo de la organización comunitaria, la “polarización política” que sacude del país. La consecuencia de esto son unos consejos comunales polarizados y, por lo tanto, excluyentes y manipulados.
A diario, se registran quejas y reclamos sobre los obstáculos propiciados por la burocracia oficial a aquellos consejos comunales sospechosos de estar conformados por “escuálidos” u de oposición. Distintas comunidades urbanas y rurales han denunciado la “injerencia impositiva” de efectivos de la Fuerza Armada Nacional, en la organización de los consejos comunales.
Hay individuos que perciben a los consejos como una oportunidad de hacer “dinero fácil”; a través de sus bancos comunales o cooperativas, a costa de las necesidades de sus vecindades. En este casos, se trata de una mentalidad clientelista que sólo busca sacar “provecho particular” a los dineros públicos. Por último, otra desviación muy común, es aquella que pretende utilizar la organización comunal para la satisfacción de la “egolatría de algún dirigente vecinal”, por encima de los intereses de la colectividad.
¿Entonces, hay posibilidades ciertas de organizar un buen consejo comunal? ¿Valdrá la pena el esfuerzo, en medio de tantos intereses enfrentados? Para nosotros, la respuesta es positiva sin lugar a dudas. Ocurre sin embargo, que un buen consejo comunal requiere de una comunidad unida, cohesionada y con una visión muy clara de sus necesidades y sus potencialidades. Para ello, resulta necesario que la iniciativa ciudadana se fundamente en una base valorativa caracterizada por la confianza, la honestidad, la solidaridad y la vocación de servicio.
Comunidades sin lazos de confianza, sin relaciones de cooperación y buena voluntad, serán presas fáciles de cualquiera de las desviaciones mencionadas. Y no se trata de caer en ingenuidades. No. Por el contrario, se trata de potenciar las posibilidades de crecimiento ciudadano, formativo y contributivo de cada barrio o urbanización en la ciudad y en el campo. Se trata de concebir y conformar a los consejos comunales como un espacio para el encuentro, para el debate constructivo en torno a la calidad de vida de cada uno de los componentes de la comunidad.
Para que los consejos comunales puedan funcionar de manera efectiva, incluyente y democrática se necesita del establecimiento de reglas claras y, del compromiso ético y práctico con el cumplimiento de esas reglas. Además, se hace necesaria una actitud favorable hacia el aprendizaje cívico, hacia el trabajo en equipo y hacia la responsabilidad compartida. Esas son las llaves de la victoria en la batalla por los consejos comunales.
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