La suspensión del referendum revocatorio, la posposición de las
elecciones regionales, el desconocimiento reiterado de las decisiones de la
Asamblea Nacional, la violación sostenida de derechos humanos y la detención
arbitraria de activistas democráticos son claras expresiones del
desmantelamiento del Estado democrático en Venezuela. En otras palabras, la
vigencia de la Constitución Bolivariana parece haber llegado a su fin, en medio
de una profunda crisis económica y social que ahoga la calidad de vida de los
venezolanos.
La restitución de la democracia constitucional y la superación de la
crisis humanitaria que atraviesa Venezuela; por ende, reclaman una solución política
y económico-social que involucre al menos, a una muy amplia mayoría de sus
ciudadanos sobre la cual descanse su legitimidad. Es decir, si se busca la
restitución del orden constitucional en Venezuela; entonces la solución tiene
que ser civil, democrática y electoral. Habrá que dialogar. De lo contrario, se haría una apuesta a
ciegas por la violencia y, cabe recordar que el pueblo venezolano no quiere una
salida violenta.
A partir del año 1958, la cultura política de los venezolanos se ha construido sobre la participación electoral.
Durante los años sesenta fueron derrotadas intentonas golpistas e
insurreccionales (de Izquierda y de derecha) y, más adelante, fracasaron los
golpes del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992 y más recientemente aún;
tanto el “paro petrolero” como el golpe del 2002 fueron superados. Pero justo
ahora, es el gobierno de Maduro quien representa para los venezolanos la salida
violenta, inconstitucional y antidemocrática.
¿Y cómo va el diálogo en todo eso? ¿Acaso se puede dialogar con un
régimen que abolió la Constitución y, hace de la violencia y la discriminación
política una práctica regular? Sentar a un adversario de tales características
en una mesa, equivaldría a neutralizarle mediante tres exigencias básicas: desarme
de los colectivos oficialistas, la libertad de los presos políticos y el cumplimiento
y reactivación del referendum revocatorio. Bajo ese enfoque, un diálogo con
mediación internacional y el valor agregado de la representación de El Vaticano
constituye una oportunidad formidable para avanzar hacia la restitución de la
Constitución Bolivariana.
La efectividad del diálogo para el país (que es lo que realmente
importa), se basará en la acción unida y coordinada de los factores democráticos
por encima de intereses familiares, partidistas y de protagonismo. El pueblo venezolano
“ha despertado” y no es pendejo. Sabrá premiar o no, al liderazgo político opositor;
según el comportamiento y el rendimiento que demuestre. Muchas veces se ha afirmado
que “se conversaría hasta con el diablo” para sacar a Venezuela de la crisis;
pues bien, también se dice por allí que “la oportunidad la pintan calva”. ¿Si
las fuerzas democráticas tienen la realidad y la amplia mayoría a su favor, por
qué entonces no defender esa realidad y los derechos de esa amplia mayoría en
un proceso de diálogo?
@migonzalezm
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